La nada romántica historia sobre el origen del beso y el vino.
El vino y la mujer son los protagonistas de esta historia que descubre, entre las prácticas de la antigua Roma, el origen del beso romántico en la boca. El apasionado gesto de rozar los labios e intercambiar sensaciones entre dos personas, esta demostración de afecto tan común hoy en día no tuvo un origen muy sentimental, vamos a sinceráramos y desmitificar algunas anécdotas de la historia, en este caso, relacionada con el vino.
Ese gesto que es símbolo del amor y la pasión, fue en principio, un método de control de alcoholemia impuesto por el imperio romano a sus ciudadanas, lejos del significado de afecto y atracción por otra persona, era una práctica machista y denigrante para el género femenino.
El “Ius osculi” era conocida en la antigua Roma como una ley que otorgaba el derecho de beso. Le permitía al marido y familiares cercanos de una mujer, acercarse a su boca para detectar en su aliento que no había bebido vino y podía seguir manteniendo su buen nombre y considerada honesta.
La ley venía de los tiempos de Rómulo, primer rey de Roma, y según recogieron estas fuentes, se modificó convirtiéndose en una norma muy rígida: «Mulier si temetum biberit domi ut adulteram puniunta», algo así como como «si una mujer bebe vino en casa, ha de ser castigada como una adúltera».
Para saber si alguna mujer se había saltado la ley, su marido tenía que acercarse a su boca y oler su aliento. Los hombres debían ir más allá y rozar los labios de sus esposas. Los más estrictos llegaban a introducir la lengua dentro de la boca de su cónyuge para cerciorarse de que no había consumido nada de alcohol.
Según Plutarco y otros autores como el historiador griego Polibio, esta ley prohibía a las mujeres beber el «temetum» -vino puro- y establecía para ellas la absoluta abstinencia. La norma llegó a convertirse en un impedimento extremo ya que las mujeres ni siquiera podían tener llaves de la bodega, y debían exhalar su aliento ante su marido, para demostrar que realmente no habían tomado.
La mujer podía ser castigada con penas tan severas como las que se aplicaban por cometer adulterio. Al comprobar que su aliento estaba limpio, a cambio, se les permitía beber vino cocido ya que así se evapora el alcohol y era considerado un premio para promover su “buena conducta”.
Esta historia adquiere más significación cuando se documenta que esta prohibición solo valía para las mujeres consideradas «honestae», es decir respetables, curiosamente, las “probrosae” como se conocía las desgraciadas, un término que engloba todas las ocupaciones que los romanos no consideraban respetables en una buena mujer: prostitutas, bailarinas, actrices, cantantes o camareras, entre otras.
Con el tiempo, este control se transformó en una placentera situación, entre el temor y la emoción del roce producido por los labios que cada vez se acercaban más y no querían separarse. Sin duda, ya no hacía falta beber vino para buscar el placer que producía esa sensación.
El protocolo se repetía con asiduidad, pero ya no por cumplir la ley, sino porque las parejas se dieron cuenta de lo placentero que resultaba esta atracción. Por suerte la sociedad ha evolucionado y este gesto es hoy en día una demostración de amor, y el vino, ya no es considerado causante de adulterio ni infidelidad.
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Referencias:
Historia National Geographic
Blog Arquehistoria.com